sábado, 11 de enero de 2014

I. Discurso publicitario y discurso literario.

Existen una serie de elementos comunes entre ambos tipos de discurso. Son los siguientes:

-Emisor
-Receptor
-Mensaje
-Canal
-Código
-Contexto
-Funciones del lenguaje

En la publicidad, emisor y autor son individuos diferentes. El emisor es el anunciante, la empresa publicitaria. Al autor real, también llamado creativo, lo desconocemos. Los anuncios suelen ser obra de un colectivo. Por el contrario, en la creación literaria, el autor es fundamental aunque existan obras anónimas. Este anonimato es muy distinto al que existe en publicidad; puede estar vinculado a la censura (como ocurre con El Lazarillo de Tormes, donde se critica la sociedad del siglo XVI) o a las circunstancias que rodean a una obra (como es el caso de El Cantar de Mio Cid, transmitido oralmente en una época donde no existían los conceptos de autor o de plagio). 

En la literatura, debemos distinguir también entre autor y narrador: el autor literario inventa un personaje que será el encargado de narrar los acontecimientos. Existen tres tipos de narrador, el narrador omnisciente (cuyo conocimiento sobre los hechos es absoluto), el narrador personaje (que puede ser protagonista o secundario, como el Doctor Watson en los relatos de Sherlock Holmes, de Sir Arthur Conan Doyle ), y el narrador objetivo.

En el caso de la publicidad, el discurso se pone en boca de un personaje que puede ser real (persona conocida, famosa, célebre) o imaginario, los actores. Estos últimos suelen interpretar a personas corrientes, como ocurre en los anuncios de productos de limpieza. Como ejemplo de personaje real, encontramos a Eduard Punset en los anuncios de Bimbo.

En cuanto al receptor, en publicidad hay un destinatario implícito que forma parte de la obra y de la campaña. El publicista debe conocer a quién va dirigido el anuncio y qué medios debe utilizar para captar su atención y llegar a él. En literatura, es receptor todo aquel que lee una obra, aunque en ocasiones no sea experto en la materia, como ocurre con ciertos poemas de Góngora.

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